Los principios de liderazgo de Dios, son completamente opuestos a los del hombre. Considera uno sólo. Si un hombre quiere ir hacia arriba, entonces va hacia arriba. Si quiere escalar en alguna organización corporativa, entonces escala (a menudo pasando por encima de otros varios durante el proceso). Si un hombre se quiere sentar en la silla más importante de un banquete, entonces se esfuerza hasta lograrlo. Es así de simple como esos ejemplos. Pero en la economía gloriosa de Dios, el camino hacia “lo alto” no es en esa dirección; sino al contrario (yendo hacia abajo). Se trata de aquél que se sienta en la silla más sencilla del cuarto, a quién se le podría pedir sentarse en la silla de honor (Lucas 14:7-10). Es aquél que llega a convertirse en el sirviente de todos y quién a su vez, llegará a ser el más importante de todo el reino (Marcos 10:43). No será aquél que practica revertir los roles el que será levantado, sino aquél que se somete a las estructuras ordenadas de autoridad de Dios (1 Pedro 2:18:20). En el sistema de Dios, el camino a lo alto, es hacia abajo.
No hay mayor ilustración de este principio que Jesús, quien se humilló a la posición de sirviente doméstico cuando lavó los pies sucios y mal olientes de sus imperfectos y pecadores seguidores (Juan 13). Consideremos brevemente su liderazgo como siervo en el pasado. Vayamos un poco más profundo. Pensemos en la humildad que existió en la mente de Cristo antes de que lavara los pies de sus discípulos (de hecho, antes incluso de que Él viniera a la tierra), y en la humildad que Él demostró después de haberlo hecho (la última muestra de humildad antes de Su muerte).
Para empezar, toma unos minutos para leer Filipenses 2:1-11. Las referencias del versículo entre paréntesis a continuación se refieren a este pasaje. Medita junto conmigo en 7 rasgos de la humildad que fueron modelados por Jesús. En oración, pide al Espíritu Santo que toque tu corazón para que revele el orgullo que necesita ser expuesto (exaltando pensamientos y acciones que necesitan ser aplicadas).
1) La humildad comienza en la mente. La razón por la que el apóstol exhorta a los creyentes a “estar en la misma mentalidad” (Filipenses 2:2) unos con otros es debido a la humildad –el pegamento unificador de toda relación entre cristianos- comienza con un acto de convicción (en la mente). Antes de que Jesús se humillara a ser concebido en una matriz virginal y nacer en un sucio pesebre, Él conscientemente se imaginó asimismo, y por ende, se mostró como inferior a aquellos que vino a salvar.
2) La humildad es una elección consiente de la voluntad. El efecto asociado a “otros como más importantes, superiores” que yo (Filipenses 2:3) es causado por la convicción de la voluntad de “no hacer nada por egoísmo o presunción vacía”. En obediencia a la voluntad del Padre (Juan 4:34), Jesús tomó la decisión de resistir cualquier camino (fuera pequeño o grande) que intencionalmente lo direccionó a su propia gloria.
3) La humildad es una actitud del corazón. Una decisión consciente de la voluntad algunas veces puede ser fría y dura (entre nosotros, no desde Jesús). Pero ese no fue el caso con Jesús al presentarse humilde ante los demás. Cuando Él escogió salvarnos y anteponer nuestra necesidad de redención por encima de Su propio derecho a ser adorado en todo y cada momento por nosotros; la decisión fluyó desde Su actitud del corazón, por amor. Verdaderamente, como Jesús amó a los 12… con ese amor que sobrepasa todo, “’Él los amó hasta la muerte” (Juan 13:1), de esa misma manera, Él nos ha amado a nosotros. Por tal, el llamado de los apóstoles es a que “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5).
4) La humildad nos hace inferiores mientras nos regala la posibilidad de la exaltación a Dios. La humildad existe en nosotros al momento en que nos despojamos de cualquier reconocimiento mundano dada la infinita superioridad celestial. Jesús se negó a reconocer su gloria personal, como “algo que pudiera ser palpado, a lo que pudiera aferrarse”, y por tal, se humilló”. Él “se entregó por completo”, en el sentido de haber tomado algo extraño para Él y esto era la debilidad de la carne humana, la cual temporalmente ocultó la plenitud de su gloria. Él se humilló a “la forma de un siervo” al haberse hecho similar al hombre (Filipenses 2:7).
5) El fin terrenal de la humildad es la muerte. La verdadera humildad no espera ser glorificada en esta corta vida. En su lugar, acepta la muerte como su fin legítimo (al menos muerte a sí misma pero a lo mejor incluso, a su muerte física, como en el caso de nuestro Salvador). Jesús se humilló “haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8). El autor de la vida se sometió a sí mismo a la muerte –el castigo destinado para aquellos pecadores que desafiaron la primer orden de su Creador- (Génesis 2:17).
6) La humildad acepta la vergüenza terrenal. La muerte que Jesús vivió no fue una muerte privada. Fue una muerte pública, tan poco digna y vil como pudo ser cuando el pecado oscuro es quien está detrás. Es por eso que el apóstol eligió la frase “y muerte de cruz” (Filipenses 2:8). La crucifixión fue la forma de tortura más humillante, conocida y practicada por los romanos. Jesús sabía esto de anticipado… incluso antes de que eligiera someter Su voluntad al placer del Padre de verter su ira sobre Él (Isaías 53:10).
7) El fin celestial de la humildad es la exaltación. “Por lo cual” lo dice todo (Filipenses 2:9). El resultado de la humillación voluntaria de Jesús ha sido Su exaltación al estar sentado a la derecha del Padre así como el recibir “el Nombre sobre todo Nombre”. Algún día este humilde Salvador será reconocido como el Todo-Glorioso Señor, nombre que siempre le ha pertenecido. Luego, y solo luego, toda criatura será humillada ante el trono del Cordero y mirarán con precisión la legítima exaltación de su Padre (Filipenses 2:10). Cuando esto ocurra, toda lengua será usada para glorificarlo, declarando que “Él es el Señor”.
Al mismo tiempo, nuestras declaraciones de Su glorioso señorío serán tan genuinas al grado en que nuestras vidas quedarán marcadas por Su humildad.
Escrito por: La BCC.
Traducido por: Jorge De León y Marcela Albarrán
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