BCC Staff: En esta publicación y en la siguiente, Jeff Forrey considera la pregunta de cómo la declaración del Salmo 91, “No te sucederá ningún mal, ni plaga se acercará a tu morada” debe ser entendida por los cristianos que han experimentado una tragedia, tal como un divorcio o muerte inesperada en la familia.
Para aquellos que recientemente han experimentado una tragedia significativa, leer el Salmo 91 es como si le dieran una espada de doble filo, en el leemos:
2 Diré yo al Señor: refugio mío y Fortaleza mía, mi Dios, en quien confío.” 3 porque él te librará del lazo del cazador y de la pestilencia mortal. 4 Con sus plumas te cubre, y bajo sus alas hallas refugio; escudo y baluarte es su fidelidad 5 no temperas el terror de la noche, ni la flecha que vuela de día, 6 ni la pestilencia que anda en tinieblas, ni la destrucción que hace estragos en medio del día. 9 porque has puesto al Señor que es mi refugio al altísimo, por tu habitación, 10 no te sucederá ningún mal, ni plaga se acercará a tu morada. 11 pues el dará órdenes a sus ángeles acerca de ti para que te guarden en todos tus caminos. 12 en sus manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra. 13 sobre el león y la cobra pisarás; hollarás al cachorro del león y a la serpiente.
Por un lado, las imágenes en los versos 3–6 de seguro suponen ser reconfortantes: ¡Dios es nuestro protector! Él preserva nuestra vida de trampas y de enfermedades mortales y de ataques. Él puede ser comparado con una fortaleza grandísima e impenetrable; nadie puede derribar sus muros para arrancarnos. El verso 11 añade que una de las maneras en las que él puede protegernos es enviando poderosos ángeles para guardarnos. Tan confiado está el salmista en la protección de Dios que él escribe una sorprendente declaración: “sobre el león y la cobra pisarás; hollarás al cachorro del león y a la serpiente.”
Por otro lado, estas declaraciones acerca de la protección de Dios parecen exageradas. Nosotros nos enfermamos – algunas veces horriblemente, con cáncer, fallas del corazón, doble neumonía, etc. La gente nos lastima – algunas veces de maneras terriblemente crueles: adulterio y luego divorcio, calumnia rencorosa, abuso infantil, etc. Le hace a uno pensar: ¿Cómo podría el salmista escribir en lo que parece una manera tan halagadora acerca de la vida en un mundo caído?
Mientras leemos el libro de los Salmos, hay plena evidencia que los salmistas estaban bien familiarizados con las dificultades de la vida. Ellos clamaron a Dios por ser atacados, burlados, abandonados e infectados (por ejemplo, Salmo 6; 13; 88; 102). Estos otros salmos – llamados salmos de los lamentos – son recordatorios regulares que aun el pueblo de Dios puede ser tratado duramente y sufrir grandemente. Los salmos de los lamentos provocan una reacción diferente de nuestra parte: ¿Cuánto tiempo vas a dejar que esto dure Señor? Ya que las dos perspectivas,—Dios nos puede proteger de pruebas difíciles y Dios podría permitir pruebas difíciles en nuestras vidas – se encuentran en el libro de los Salmos, debemos asumir que ambos son importantes para entender nuestros problemas y nuestra relación con Él. Veamos la segunda de estas posibilidades en esta publicación y la primera en la próxima publicación.
Dios va a permitir problemas difíciles en nuestra vida.
Vivir en un mundo caído va regularmente a perturbar nuestra comodidad y seguridad. Podemos esperar que alguien en algún momento nos va a decepcionar o insultar o va a tratar tomar ventaja de nosotros. Podemos esperar que en algún momento algunas infecciones van a sobrecoger las defensas de nuestros cuerpos. A más de esto, llantas ponchadas, conductores ebrios, piedras en el riñón, ladrones, migrañas, y abusadores son todos posibles en un mundo cargado por la maldición de la caída. El apóstol Pablo reflexionó en lo grande que es esta carga cuando escribió acerca de cómo nuestro gemido es parte de un “coro” mucho más grande, ya que toda la creación gime en anticipación a ser liberada de la maldición (Romanos 8:19–21). Pero, es también vital que entendamos que Dios escucha esos gemidos—y Él ha respondido a ellos. Él ha puesto en marcha un plan para redimir a su pueblo y para liberar a su creación de la carga de la caída. A través de la muerte y resurrección de Jesús, Dios ha confirmado su intención de eliminar todos los efectos de la caída— enfermedades, pecados, dolor, y finalmente la muerte.
El plan de Dios también tiene un calendario; el plan de redención de Dios se está desarrollando en etapas. Por lo tanto, mientras que experimentamos los efectos devastadores del pecado y sufrimiento en varios momentos en nuestras vidas, también estamos seguros de que estamos destinados para algo mucho mejor en el plan de Dios y que aun nuestros momentos de sufrimiento pueden ser usados para los buenos propósitos de Dios ahora (por ejemplo, vea 1 Pedro 1:3–9). Dios no es ignorante ni tampoco está ignorando nuestro sufrimiento presente. Dios va a usar nuestro sufrimiento en maneras inesperadas cuando ponemos nuestra confianza en su plan (Salmo 91:2). Pablo estaba emocionado por esta perspectiva: “…y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Él.” (Romanos 8:17–18)
Aun ahora, la gracia de Dios se extiende más allá. En mi siguiente publicación voy a regresar al tema del Salmo 91: la gloriosa protección de Dios de algunas de las pruebas que son comunes en un mundo caído.
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