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Foto del escritorCCB

Demostrando las Buenas Nuevas en el Ministerio de Discapacidad.


Cuando me rompí el cuello a los 17 años, ¡fue como un terremoto! En un momento yo estaba sana, atlética, rumbo a la Universidad con un futuro brillante y grandes sueños… y en un momento después, Estoy Cuadripléjica. En ese instante todo quedo fuera de mis manos, mi aseo personal, bañarme, alimentarme. Tal parecía que mi esperanza estaba destrozada, mis sueños aplastados. Durante más de tres meses en el hospital, yo estaba entumecida—moviéndome de una sala de exámenes a la otra, en una grúa. No estaba mejorando.


Cuando dejé de recibir las tarjetas de buenos deseos de salud y todos regresaron a sus rutinas; se estableció en mí la depresión. Hubo noches en que torcía la cabeza en mi almohada, con la esperanza de que se rompiera mi cuello radicalmente y que mi vida terminara con ello. Ahora, cincuenta años después, volteo a esos sombríos días y me pregunto ¿Cómo pude hacerlo? ¿Cuándo ocurrió el avance? Algo si fue seguro, yo tenía amigos cristianos turnándose a mí alrededor, orando por mí y alentándome de maneras prácticas y significativas.


El nombre de Jesús llega a lugares donde ningún medicamento puede llegar.

Mi líder de “Vida Joven” en la preparatoria, había pactado con otros jóvenes amigos cristianos, para orar por mí, todas las mañanas de los jueves; tomando jugo de naranja y donas. Esas fueron oraciones poderosas, específicas y comprometidas. Tal como dice Efesios 6:12, Mi lucha no era contra sangre ni carne (y cuadriplejia) sino contra principados y potestades, contra los poderes de las tinieblas y contra fuerzas espirituales del mal (a quienes les hubiera gustado que me mantuviera sumergida en la depresión) mis amigos sabían que yo estaba desesperada, y como clama el Salmista en el Salmo 18:6 así clamaron ellos. Estos jóvenes clamaron en mi favor, rogaron, le pidieron a Dios, ayuda y esperanza para mi vida. Aún más, ellos se convirtieron en la ayuda y la esperanza de manera tangible.


Recuerdo que cuando no estaba en terapia física, con frecuencia me dirigía al solario. Le pedía al auxiliar de rehabilitación que cerrara las persianas y ahí en la obscuridad, escuchaba los álbumes de los Beatles toda la tarde y con tristeza cantaba “…Ave negra cantando en el ocaso de la noche, toma estas alas rotas y aprende a volar, toda tu vida, solo esperabas que este momento surgiera.” Un día, Diana, una de mis amigas cristianas que había estado orando por mí, me hizo una visita. Me acompañó al solario y después de escucharme cantar la misma canción una y otra vez me dijo: “Joni... ¿No sabes alguna canción alegre? ¡Me estoy cansando de escuchar siempre sobre cosas estúpidas y depresivas! ¡Ouch!. Eso fue como una punzada, porque apreciaba mucho a Diana. Ella fue la amiga que se negó a traer las navajas de afeitar de su papá o las píldoras para dormir de su mamá, cuando le rogué que me sacara de la miseria. Ella se había adherido a mi lado en el hospital, y su rechazo me dolió. Me sentía avergonzada. Ella tenía razón, yo necesitaba un nuevo canto.


El sufrimiento puede alejar a las personas de Dios… o llevarlas a Dios.

Ese nuevo canto llegó unos días después, cuando otra amiga, Jackie; se escabulló en mi pabellón de seis camas una noche. Mientras las enfermeras estaban de descanso y mis compañeras dormían, Jackie subió a mi colchón, se acurrucó cerca, sostuvo mi mano y suavemente cantó:


“Varón de Dolores,

Hermoso nombre para el hijo de Dios,

Que vino a pecadores arruinados a salvar:

¡Aleluya, que gran Salvador!”


En ese momento, algo cambió. Alguien había llegado y me había encontrado. Oh amigo, el nombre de Jesús llega a lugares donde ningún medicamento puede llegar, donde ningún doctor o cirugía puede sanar. Y yo creo que fue la oración la que tapizó el camino para que la suave convicción de Jackie me encontrara, así como la amonestación de Diana me sacara de mi entumecimiento espiritual. Finalmente, una noche en que no podía llorar porque no había quien limpiara mis lágrimas y nariz, me ahogue en oración, “Dios, si no puedo morir…muéstrame como vivir”. Fue una oración corta, pero al grano, pero principalmente salió del corazón. Estaba cansada de lloriquear lamentándome y sin esperanza. Yo quería vivir. Sabía que solo Jesús podía enseñarme cómo. Y así lo hizo con la continua amistad y motivación que estos queridos amigos cristianos proveían con tanta gracia, en los meses y años que siguieron.


Cuando se trata de aconsejar a personas con discapacidades; la oración y las relaciones basadas en la confianza y el respeto, son muy importantes. La discapacidad puede ser desmoralizante, las personas asumen (y es cierto) que se necesita mucho de ellos. Y por lo tanto permanecen vinculadas. Ofrecen consejo como una bofetada de vida diciendo: “Esta es la verdad: dale la bienvenida a la tribulación, como a un amigo. Gózate en el sufrimiento. He aquí, asiste a este grupo de apoyo; ven a este estudio Bíblico; toma este principio de la Biblia, trágalo, cómelo, créelo; ¡te sentirás mejor!”


Pero la cultura de la discapacidad requiere más que declarar las Buenas Nuevas. Se necesita que tú demuestres las Buenas Nuevas. La discapacidad es una condición que requiere de tu participación. Se requiere de sacrificio de parte del consejero. Como Diana, sentada conmigo en un cuarto obscuro y escuchándome alejar mis tristezas cantando. O como Jackie, visitándome a deshoras, solo para estar presente, recordándome que no estaba sola. Dios nos pide que enlacemos nuestras “venas espirituales” con la persona que tiene una “hemorragia” perdiendo la fuerza humana. Y transfundirle compasión cristiana, como brindándole una transfusión espiritual – cálida, personal y dadora de vida. Eso es lo que significa la compasión con pasión ¡Por eso Diana y Jackie fueron grandes agentes de cambio en mi vida!


El sufrimiento puede alejar a las personas de Dios… o llevarlas a Dios. Y son las personas como tú, quienes pueden ayudarles a que se acerquen a Dios invirtiendo en esa relación. Cuando los mantienes en contacto con la realidad, los mantienes lejos del aislamiento social, les demuestras compasión, y proporcionas un significado positivo a sus sufrimientos. Tú tienes el mensaje de esperanza y cambio. Tu consejería Bíblica puede alcanzar a cualquiera que esté en medio de la aflicción, como dice en 2 Corintios 1:4.


Aunque he estado en esta silla de ruedas por 50 años, No soy experta en cuadriplejia. La vida con una discapacidad es una vida con profunda pérdida – una batalla constante contra la depresión y una opresión continua de 24 horas, 7 veces por semana, con rutinas de discapacidad. Pero es gracias a personas como tú – como Diana y Jackie – que ya no canto canciones tristes, en lugar de ello mi corazón está en sintonía con Cristo, pues:


Puso en mis labios un cántico nuevo, un himno de alabanza a nuestro Dios. Al ver esto, muchos tuvieron miedo y pusieron su confianza en el Señor.

(Salmo 40:3 NVI)


Y esta es mi oración.


Preguntas para reflexionar

¿A quién ha puesto Dios en tu vida para que puedas demostrarle las Buenas Nuevas y asignarle un significado positivo en su sufrimiento?


Joni Eareckson Tada es una de las promotoras internacionales más importantes de las personas afectadas por una discapacidad. Ella fundo “Joni y sus amigos” en 1979, que pronto creció para proporcionar programas Cristo céntricos a familias con necesidades especiales, iglesias, y comunidades. Joni sobrevivió un cáncer de seno, y continúa con un ministerio muy activo. Ella y su esposo Ken se casaron en 1982 y residen en California.

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