El anhelo es parte de nuestro cableado. Incluso antes de la Caída, había lugar para el anhelo. Si esto no fuera cierto, Adán y Eva no se habrían alejado de Dios por el deseo de ser como Él o probar lo que estaba prohibido. Por lo tanto, podemos asumir que el anhelo no es inherentemente pecaminoso. Era parte de “nosotros” cuando Dios miró Su creación y vio que era muy buena (Génesis 1:31). Nuestras dificultades surgen cuando, como Adán y Eva, nuestros corazones se vuelven hacia anhelos pequeños e impotentes que acaban con la vida en lugar de hacia nuestra única, segura y satisfactoria Esperanza.
Anhelos errantes y sus consecuencias
Juan transmite de manera concisa la esencia de nuestros anhelos desplazados. “Porque todo lo que hay en el mundo-los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida-no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:16). Dios nos ha dado un mundo hermoso en el cual vivir, con placeres infinitos que atraen nuestra carne, nuestros sentidos y nuestro anhelo por significado. Nuestro problema es que amamos esas cosas hermosas, las amamos hasta que Dios se desvanece en el fondo. Las amamos en lugar de Dios. Él sabía que haríamos esto porque nos advirtió con un mandato: “No amen al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (v.15). Como mensajero de Dios, Jeremías anuncia la misma advertencia. Busquen esperanza, seguridad, placer o satisfacción en las cosas creadas, en ustedes mismos o en los demás, y no verán venir nada bueno. Su vida será como un arbusto en el desierto; no habrá vida en absoluto (Jer. 17:5-6).
Un camino mejor
Al decirnos esto, Dios no nos está señalando con el dedo como un padre enojado cuya paciencia se ha agotado. Nos está suplicando que escuchemos y prestemos atención, que confiemos en que Él nos ofrece lo que nuestros corazones verdaderamente anhelan, creer en Él. No se trata de un simple asentimiento mental, sino de renunciar a nuestra confianza en nuestra propia voluntad y rendir nuestros corazones y vidas a una realidad más verdadera que cualquier otra que pudiéramos inventar por nuestra cuenta. Jeremías continúa su mensaje con estas palabras:
“Bienaventurado el hombre que confía en el Señor,
cuya confianza es el Señor.
Es como árbol plantado junto a las aguas,
que junto a la corriente echa sus raíces,
y no teme cuando viene el calor,
porque sus hojas están verdes;
y en el año de sequía no se angustia,
porque no deja de dar fruto”
(Jeremías 17:7-8).
Las imágenes son cautivadoras: un arbusto del desierto (me imagino una planta rodante) o un árbol próspero, frondoso y frutal en un entorno verde, que proporciona en sí mismo algo de esa belleza. Somos libres de elegir el camino que tome nuestra vida, y la división en el camino que traza la naturaleza de nuestro viaje es nuestra confianza, dónde ponemos nuestra esperanza y las cosas que anhelamos.
A veces nuestros anhelos están correctamente alineados
La canción que escribió David y que se convirtió en el Salmo 27 documenta un momento (o quizás una temporada) en la vida de David cuando su corazón era inquebrantable: “Una cosa he pedido al Señor, ésa buscaré: estar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor y para inquirir en su templo” (v. 4). Tiene los ojos y el corazón enfocados únicamente en el único lugar donde ha experimentado la belleza que su alma anhela. Su contexto es duro. Los malvados amenazan con “devorar sus carnes”, un ejército ha acampado contra él y la guerra se avecina. Estas circunstancias desesperadas sirvieron como buen terreno para que creciera este tipo de fe inseparable. En otras ocasiones, David ha probado anhelos menores y ha soportado el peso de que no hayan cumplido sus promesas. Su búsqueda de Betsabé le costó el respeto de su pueblo y de su amigo Natán. La muerte de su hijo fue un recordatorio para toda la vida de cuán engañosos y destructivos pueden ser esos anhelos menores.
Pero David había probado y visto la bondad del Señor, y estaba seguro de la bendición que viene de poner su esperanza en Él (Sal. 34:8). En el Salmo 27, David da cuerpo a algo de esa bondad. La luz, la salvación, la fuerza y el refugio que le proporcionó el Señor habían hecho crecer en David la confianza para enfrentar sus problemas con esperanza. “Creo que veré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes” (v. 13). Esta intimidad de relación alimentó su vida con un canto lleno de alegría (v. 6) y cultivó un hambre de conocer los caminos de su Señor para poder seguir el camino nivelado que Dios trazó para él (v. 11).
El misterio del anhelo alimentado por la fe
En un mundo quebrantado por el pecado, es más natural que anhelemos lo que podemos ver, sentir, saborear y oler. Esta realidad puede llevarnos a la desesperación de que nunca anhelemos por completo a Dios o a lo que es verdaderamente bueno. Por experiencia, sabemos que nunca puede venir por nuestra propia cuenta. “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, nos salvó por la fe”. No una fe que inventamos por nuestra cuenta, sino una que nos es dada para que Cristo habite en nuestros corazones (Efesios 2 y 3). Así que anhelamos cosas menores, y Dios permite que esas cosas menores nos fallen, y entonces la esperanza del evangelio nos mueve a anhelar a Dios nuevamente. Así como los israelitas del Antiguo Testamento, es el modelo del corazón humano. Con Pablo, podemos exclamar: “Mas gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:57). Dios mismo tiene la intención de ver nuestros anhelos purificados para que vivamos con nuestros rostros vueltos hacia Él en puro deleite, ¡y seguramente lo hará!
Preguntas para la reflexión
1. ¿Hay eventos históricos en tu vida en los que tuviste la oportunidad de aprender sobre la impotencia de los anhelos menores, de la misma manera que David lo hizo con Betsabé?
2. ¿Cómo ha usado Dios esa experiencia para dar forma a tus anhelos hoy?
Sobre el Autor
Betty-Anne Van Rees sirve en la iglesia local en roles de discipulado que incluyen hablar, enseñar, ser mentora, aconsejar y capacitar a consejeros bíblicos. Impulsada por su pasión por ver a la iglesia canadiense convencida y equipada para cuidar de las almas a través de la Palabra viva (tanto encarnada como inspirada), Betty-Anne ha trabajado junto con un equipo de hombres y mujeres de ideas afines para lanzar la BCC canadiense.
Traducción de: Rosa Sara Aburto
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